La nueva Edad Media

03/Oct/2012

El Observador, Lincoln Maiztegui Casas

La nueva Edad Media

El mundo se halla conmovido por las manifestaciones desarrolladas en el mundo musulmán contra una película, o video, colocado en el sitio Youtube, donde se ridiculiza al profeta Mahoma. Entiendo la indignación de los musulmanes; he visto el video y me pareció una estupidez ofensiva e innecesaria. Creo que si me tocara ver una representación similar de Jesús de Nazareth, me sentiría igualmente indignado; y pienso que a un judío le sucedería lo mismo si el objeto de la burla fuera, por ejemplo, Moisés. Claro que la reacción propia de la cultura occidental sería mucho menos violenta; si no te gusta el video, no lo mires y ya está. Pero es necesario, en este punto, admitir las diferencias culturales. Para los musulmanes, se trata de un sacrilegio, y desde la óptica teocrática de la mayoría de sus miembros, ello amerita manifestarse de la forma en que lo están haciendo. El autor (o los autores) del video tenían la obligación, no solo de respetar las creencias religiosas de millones de personas, sino de prever que esto iba a pasar; por consiguiente, son, de alguna forma, responsables de las muertes y los daños que su adefesio está provocando.
Sin embargo, el hecho ha permitido revelar, a quien quiera verlo, el peligro que el integrismo religioso (en este caso, islámico) entraña para la civilización de Occidente. Las portadas de algunos periódicos han exhibido estos días, incluso en Uruguay, imágenes de manifestaciones realizadas por integristas (en general, mujeres vestidas totalmente de negro y cubiertas de velos) en las que se agitaban carteles en francés que no dejaban lugar a la duda: “El islam conquistará Francia”, decía uno, y otro: “Sharia para Francia”. Como puede apreciarse, las citadas leyendas no hablan del rechazo a un sacrilegio ni se limitan a pedir que el filme sea removido de las redes informáticas; anuncian la próxima (y para ellos inminente) conquista de la sociedad occidental por la forma más retrógrada del integrismo religioso. Esta agresión del medioevo se produce -no me canso de repetirlo- en París, en el centro de lo que fuera el pensamiento medular del racionalismo dieciochesco. Queda claro, entonces, que la constante inmigración de personas de fe musulmana hacia Francia (y, por extensión, hacia toda Europa) no tiene como objetivo central procurar mejores condiciones de vida, ni pretende integrarse en la sociedad que los admite; el propósito es muy distinto y ya ni siquiera se disimula: la ocupación cultural, y en una segunda etapa, política, de esta. Por supuesto, esta visión admite múltiples excepciones, pero no puede perderse de vista que son eso: excepciones. Frente a este fenómeno altamente preocupante, ¿cuál es la reacción de la intelectualidad “bienpensante” del viejo continente? Sentados en los tradicionales cafés de París, Berlín o Londres, la “gauche divine” parece tener una única idea colectivamente aceptada: el único peligro real para la paz del mundo es Israel y su “política agresiva e imperialista”. Curiosa ceguera la de estos señores que se autocalifican de “progresistas”; depositan su mirada crítica muy lejos, y se niegan a ver el círculo de fuego que los está rodeando, y del que, dentro de poco, no podrán ya escapar. Todos los datos que llegan desde Europa apuntan en este sentido; en Inglaterra se ha quitado la Soha (el “holocausto” judío perpetrado por los nazis) de los programas de estudio, para no ofender a la comunidad musulmana, parte de la cual niega que haya existido pese a que debe ser el hecho más documentado del siglo XX. En España -y es el colmo- se ha establecido, al menos en algunas regiones, que el tema es opinable. ¡Opinable, por Dios! ¿Que ha sido de la civilización laica y racionalista que costó miles de años crear? Mientras la ola de intolerancia religiosa aumenta e invade todos los aspectos de la convivencia social, quienes deberían ser, por definición ideológica, los más alarmados (porque, como en Irán, van a ser las primeras víctimas) parecen vivir en el mejor de los mundos, ignorantes del peligro. Y por estos lares de América del Sur está comenzando a pasar algo parecido. Uno no sabe qué es peor, si la cobardía o la idiotez. O las dos cosas.